Artículo publicado por Merlina Meiler
Queremos verbalizar lo que nos sucede, lo que nos angustia, las dudas que tenemos, las ideas magistrales que se nos pasaron por la cabeza en cierto momento, pero preferimos callarnos. Aunque esto nos dé dolores de cabeza y nos genere sentimientos encontrados varios.
¿Pero, por qué hacemos esto?
A las mujeres nos han criado para agradar a quienes nos rodean, en especial, a los hombres. Desde pequeñas nos dicen que es mejor cuidar lo que decimos, hablar poco, ser mesuradas, escuchar y, en especial, no llevar la contra ni ser muy pendencieras con nuestros dichos.
Las mujeres que expresan en palabras todo lo que piensan están vistas como personas demasiado independientes, a las que los hombres les huyen al momento de buscar pareja. ¡Podemos alejarlos con sólo emplear ciertos términos mal o en el tono de voz incorrecto!
Esto ha hecho que, de alguna manera, tengamos la costumbre de pensar cien veces antes de decir algo, de dudar sobre lo que vamos a decir e, incluso, de lo que estamos pensando. Lo que, encima, profundiza las (pocas o muchas) inseguridades que tengamos.
Ojo, hay hombres inseguros también, que no se dan su lugar ni hablan cuando deberían hacerlo… ¡guardarse las cosas no es saludable para ningún género!
Es bueno pensar antes de hablar, mirar a nuestro interlocutor, entablar empatía y, si es necesario, medir o elegir cuidadosamente las palabras que emplearemos.
Pero es bien sano expresar nuestra opinión. Decir qué nos gusta y qué no queremos. Poner límites, exponer nuestras ideas, pedir de buen modo lo que deseamos. En todos los ámbitos: con nuestra familia, en el trabajo, con nuestra pareja o con quien tengamos delante de nosotras.
Expresar nuestros sentimientos y pensamientos da una gran paz interior.
La gente que te quiere, te seguirá queriendo. Y quienes no te quieren… ¡Pues ellos se lo pierden!
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